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En el sacrificio de dos jesuitas

Secretario de Estudios Fernando R. Doval.

La semana pasada fueron asesinados los sacerdotes jesuitas Joaquín Mora Salazar y Javier Campos Morales, quienes llevaban décadas como misioneros en la Sierra Tarahumara, en Chihuahua.

 Sacrificaron su vida al intentar proteger a Pedro Palma Gutiérrez, un guía de turistas que también fue asesinado por El Chueco, líder del crimen organizado en la zona.

La Compañía de Jesús, a la que pertenecían los sacerdotes muertos, fue fundada por San Ignacio de Loyola en 1534.

En plena crisis, tras la reforma luterana, San Ignacio, antiguo soldado, pensó en una congregación que defendiera a la Iglesia y al Papa, al que profesan un voto especial de amor y servicio.

Generalmente, los sacerdotes jesuitas dominan varias lenguas y estudian varias carreras. Son una suerte de vanguardia intelectual dentro de la Iglesia católica.

De sus filas han salido numerosos artistas, historiadores, astrónomos, biólogos, matemáticos, teólogos, pedagogos y filósofos, además de varios santos.

La Compañía de Jesús ha tenido una presencia muy relevante en México.

Los jesuitas llegaron a la entonces Nueva España en 1572 y abrieron infinidad de colegios, obras y misiones. Algunas, como la de la Tarahumara, llevan siglos funcionando.

A lo largo de la historia, la Compañía de Jesús ha pasado por diversas crisis y polémicas. Varios gobernantes los expulsaron de sus naciones porque desconfiaban de su voto especial de obediencia al Papa.

En otras ocasiones, su opción preferencial por los más pobres los ha enfrentado con ricos y poderosos. Su apertura a las nuevas ideas no ha estado exenta de rozar la heterodoxia doctrinal. Muchos de ellos han llevado el compromiso con su vocación hasta el extremo del martirio. Los padres Mora y Campos son los ejemplos más recientes.

A pesar de ser tremendamente doloroso e injusto, el sacrificio de los padres Joaquín Mora y Javier Campos, que se une al de los cincuenta sacerdotes católicos asesinados en los últimos 10 años en nuestro país, también trae consigo un halo de esperanza.

En una época de relativismo e indiferencia, ellos fueron fieles al mandato evangélico de amar al prójimo y dar la vida por sus amigos.

Su ejemplo seguramente moverá conciencias y provocará conversiones.

Hará que más mexicanos quieran involucrarse en la lucha por construir un mejor orden social. Generará empatía con miles de personas que han perdido a algún ser querido como consecuencia de la violencia demencial que padece México y la irracional política del gobierno frente a ella.

Por lo pronto, el testimonio de los padres Mora y Campos ha puesto en el mapa a Cerocahui, una humilde comunidad en la Sierra Tarahumara en donde cientos de personas claman justicia y exigen respeto a su dignidad.  

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