Lo ocurrido el pasado fin de semana en el Senado de la República fue verdaderamente bochornoso.
La forma de conducirse del bloque parlamentario oficialista se alejó de los mínimos parámetros democráticos y rozó los linderos del más crudo totalitarismo.
La política fue la gran perdedora de esas jornadas infames.
Porque la política implica reconocerle dignidad al adversario y su derecho a pensar diferente. La política implica la concertación, el acuerdo, el diálogo, el pacto, la alianza.
También implica, por supuesto, el debate, la discusión fuerte, el contraste, la construcción de mayorías que se impongan sobre las minorías, pero sin aplastarlas y pisotearlas, porque la política les debe garantizar la supervivencia. La alternativa a la política, seamos claros, es la guerra.
Desde hace años, Andrés Manuel López Obrador ha envenenado la vida pública de México de múltiples formas. Una de ellas es hacer creer que dialogar es tranzar.
Que acordar supone transigir de los propios ideales, traicionarlos. Que pactar con la oposición es algo perverso. Que todos aquellos que no forman parte del universo cuatroteísta son conservadores, neoliberales, fifís, corruptos y están del lado equivocado de la historia: forman parte de ese bando oscuro que siempre ha conspirado contra el progreso de la nación.
Su violencia verbal ha producido exabruptos como decir que sus adversarios están moralmente derrotados o son traidores a la patria.
Si al adversario político se le niega esta calidad y se le estigmatiza, como hacen cotidianamente AMLO y sus seguidores, entonces prácticamente cualquier cosa está permitida con tal de destruirlo.
El totalitarismo se basa en la asunción de que sólo existe una única y exclusiva visión de la política.
Quienes simpatizan con esta perspectiva buscan aplicar esta visión a la organización de la sociedad, y sólo alcanzarán su objetivo final cuando su manera de ver la realidad reine sobre todos los campos de la vida, tanto en lo público como en lo privado.
En plena guerra fría, un joven profesor inglés, Bernard Crick, publicó un texto que tituló En defensa de la política.
En él, Crick reivindicaba a la política como un método para tomar decisiones, como una forma de solucionar conflictos, como un compromiso entre las élites y el pueblo en sociedades plurales.
Sin desconocer su complejidad y sus riesgos, el profesor londinense veía en la política la única alternativa al “gobierno por la fuerza” propio de los regímenes autoritarios, además de que es la actividad más humana que tenemos: aunque queramos, no podemos prescindir de ella.
Reivindicar y defender la política es urgente en el México de hoy. Es indispensable si queremos conservar, por difícil que parezca, un régimen auténticamente democrático.