Parece existir consenso en todo el mundo en que la educación es la principal herramienta para el desarrollo social. A través de la educación, las personas adquieren conocimientos, despliegan habilidades, aumentan capacidades y se forman en hábitos que les van a permitir desarrollarse de manera integral.
Los países que han superado la pobreza y han obtenido los mejores niveles de crecimiento económico y prosperidad han apostado por una educación de calidad.
En México, sin embargo, pareciera que vamos en el sentido opuesto. En lo que va de sexenio han pasado tres titulares por la Secretaría de Educación Pública (SEP), y ninguno de ellos ha tenido una visión de largo plazo. Se eliminó la evaluación magisterial, la cual suponía un primer paso para mejorar la calidad educativa mediante la capacitación de las personas que transmiten los conocimientos, y se desaparecieron las escuelas de tiempo completo.
Se ha promovido también la eliminación de las pruebas estandarizadas que miden la calidad educativa tanto de alumnos como de docentes. Estas pruebas son herramientas fundamentales para proponer mejoras en los planes y programas.
El cierre total de las escuelas, como consecuencia de la pandemia de Covid-19, agravó los problemas y provocó una gran deserción escolar. Según el Banco Mundial, los niños mexicanos perdieron el equivalente a dos años de educación.
Por si lo anterior fuera poco, ha trascendido que a los maestros ahora se les adoctrina en ideologías arcaicas, obligándolos a leer a Marx, a Lenin y a Bakunin y a aplicar sus “enseñanzas” en su metodología educativa. En los nuevos planes de estudio se critica el
“neoliberalismo” y uno de los subsecretarios de la SEP, Luciano Concheiro, no tuvo reparos en afirmar que “festejar al comunismo es esencial para transformar al país”.
El proyecto de “Nueva Escuela Mexicana” del actual gobierno está repleto de generalizaciones ideológicas y considera que todo lo que tenga que ver con fomentar el mérito, la evaluación o la calidad son propósitos neoliberales. En su lugar se promueve de facto un modelo de mediocridad institucionalizada, con el que difícilmente nuestros niños y jóvenes se podrán abrir paso en un mundo cada vez más complejo.
Así, el actual grupo gobernante parece ver a la educación simplemente como un medio para perpetuarse en el poder a través del adoctrinamiento colectivo.
La educación en México necesita más humanismo, ciencia y técnica, y menos ideología.
Una educación dirigida tanto a la inteligencia como a la voluntad, que incentive el saber pensar y permita desarrollar habilidades y obtener logros tanto intelectuales como sociales.
Sólo así la educación contribuirá a construir una sociedad más próspera y menos desigual.