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Benedicto XVI, la fe y la razón

Secretario Fernando Doval.

Una de las grandes obsesiones intelectuales y pastorales del recientemente fallecido Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, fue demostrar la necesaria complementariedad entre la razón y la fe. Vale la pena recordar, así sea telegráficamente, algunas de sus ideas al respecto.

Los excesos de una razón ciega condujeron a la crisis de la modernidad. Esta razón deshumanizante se mostró con toda desnudez en los horrores que ocurrieron en el siglo XX, con sus bombas atómicas y campos de concentración a cuestas.

Benedicto XVI temió que la nueva época posmoderna, al reaccionar frente a estos excesos, descartara la razón como instrumento epistemológico y moral, y cayera en la dictadura del relativismo, en donde la percepción subjetiva, influida por deseos y emociones, se convierte en el único elemento de la realidad.

Para Benedicto XVI, el relativismo niega la capacidad de la razón para encontrar el bien, la verdad y la belleza. Conduce hacia el más hondo nihilismo. Y en la política, puede convertir a la democracia en un simple conjunto de reglas y procedimientos vaciados de contenido.

¿Cómo evitar estos peligros? Dice Ratzinger que es aquí donde la religión juega un papel fundamental, porque la verdad sobre el bien que defiende la tradición cristiana puede convertirse en conocimiento para la razón, sin que suponga dogmatismo ni violencia para la propia razón.

La fe y la razón se corrigen y depuran mutuamente.

Esta verdad sobre el bien que ha sido alcanzada mediante una razón iluminada por la fe puede dar origen a convicciones morales comunes sin las cuales no es posible la democracia.

Estos fundamentos son prepolíticos, porque no pueden estar sometidos a la decisión de las mayorías y porque sustentan a las instituciones y los mecanismos democráticos; son los que tienen que ver con la dignidad humana y la garantía de los derechos fundamentales.

Así, la fe cristiana y la racionalidad laica son capaces de propiciar el descubrimiento de valores que anteceden al Estado y que cohesionan al mundo.

Benedicto XVI defendió estas ideas desde el púlpito y desde el ágora. Como buen profesor universitario no tuvo reparos en dialogar con quien no pensaba como él. Son célebres sus intercambios con pensadores como Jürgen Habermas o Paolo Flores d’Arcais.

Vamos a extrañar al pensador sabio y al pastor prudente que, a pesar de sus enormes capacidades intelectuales, era humildemente consciente de que no es la especulación sino seguir a Jesús lo que transforma la vida del creyente.

Justo así abre su primera encíclica Deus Caritas Est:

“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.

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