El pasado 25 de septiembre se cumplieron 10 años del fallecimiento de Alonso Lujambio Irazábal, muy destacado politólogo y servidor público.
Pocos como Lujambio han estudiado con tanta profundidad y precisión el proceso de transición a la democracia que vivió nuestro país a finales del siglo pasado e inicios del presente.
Lujambio analizó con detalle los arreglos institucionales, las reglas del juego, los mecanismos de representación, la dinámica del poder, la responsabilidad de los políticos y las estrategias de los partidos.
Alonso fue también un protagonista de este proceso. Fue consejero del Instituto Federal Electoral, el actual INE, cuando inauguró su autonomía y organizó las elecciones que dieron paso a la alternancia.
Posteriormente fue presidente del Instituto de Acceso a la Información Pública, otra institución de la nueva democracia mexicana encargada de velar por la transparencia.
En abril de 2009 llegó a la Secretaría de Educación Pública, desde donde impulsó la evaluación magisterial y la participación de los padres de familia en el proceso educativo. Falleció a los pocos días de tomar protesta como senador de la República.
Como experto en diseño institucional, Lujambio conocía los incentivos y efectos que se generan a partir de las reglas del juego vigentes.
Pero como apasionado de la historia, sabía también el rol que juegan los hombres excepcionales en coyunturas críticas. Admiraba muy particularmente a dos personajes: Manuel Gómez Morin y Adolfo Christlieb Ibarrola. Del primero subrayaba su apuesta civilizatoria por la política; del segundo, la capacidad de diálogo y negociación en un entorno hostil.
Lujambio fue un gran estudioso del Partido Acción Nacional. Consideraba que el PAN había logrado la hazaña de democratizar y derrotar al sistema autoritario más longevo del siglo XX.
Esta democratización se produjo a través de la promoción de reformas graduales, mediante una estrategia de diálogo vinculado a resultados, y a través de la apuesta municipalista y federalista que él bautizó como “de la periferia hacia el centro”.
Lujambio buscaba un diseño institucional para una democracia civilizada y socialmente útil; creía que aquellas democracias que no dan resultados se convierten en un caldo de cultivo propicio para liderazgos mesiánicos y antipolíticos que, tarde o temprano, terminan en el autoritarismo.
Alonso se refería a sus alumnos como “colegas”. A una década de su partida, hoy recordamos con cariño al colega Lujambio, al profesor magistral y exigente, al académico riguroso y obsesivo, al político negociador e inteligente.
Vaya desde aquí un recuerdo emocionado a un hombre que, desde las ideas y desde la acción, hizo enormes aportaciones a la vida pública de México.