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Chile y la mayoría silenciosa

septiembre 8, 2022

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Secretario Fernando R. Doval

Este domingo fue rechazado abrumadoramente el proyecto de nueva Constitución para Chile, con 62 por ciento de los votos en contra y sólo 38 por ciento a favor. Ha sido el proceso electoral con mayor participación de la historia del país andino.

Hace tres años, grupos vandálicos fuertemente ideologizados —y que ahora se demostró que eran minoritarios— causaron todo tipo de disturbios en el país para exigir una nueva Constitución. Su argumento era que la norma vigente había sido elaborada por la dictadura de Augusto Pinochet, lo cual es inexacto, ya que, si bien fue promulgada durante el gobierno militar, ha sufrido decenas de modificaciones, muchas de ellas promovidas por el presidente socialista Ricardo Lagos.

Esa Constitución y gobiernos sensatos, tanto de izquierda como de derecha, permitieron a Chile alcanzar el mayor desarrollo económico de la región, así como los mejores niveles educativos y los menores de pobreza. Pero ante la violencia que aterrorizó Santiago en el otoño de 2019, el entonces presidente Sebastián Piñera abrió un proceso constituyente.

La Convención que elaboró la propuesta de nueva ley fundamental se conformó mediante un extravagante mecanismo de escaños reservados para representantes indígenas y listas independientes, integradas por personajes que luego se demostró que eran afines a la izquierda más radical. Los partidos tradicionales estuvieron claramente subrepresentados respecto a su fuerza electoral.

El resultado fue un proyecto de Constitución con un enorme sesgo ideológico, que endiosaba al Estado, disolvía a Chile en múltiples naciones imaginarias, institucionalizaba los nuevos antagonismos sociales propiciados por las políticas identitarias, creaba normas calcadas del modelo venezolano, y era muy poco cuidadoso en temas culturales, bioéticos y antropológicos, lo que le valió la repulsa de la Iglesia católica y las confesiones evangélicas.

Una Constitución, para que garantice estabilidad y paz social, debe ser el acuerdo básico que establezca las bases para la limitación del poder y el respeto a los derechos fundamentales. Debe tener vocación de permanencia, buscar un consenso muy amplio y no responder a coyunturas ni hacerse al calor de protestas incendiarias ni barricadas callejeras.

Una Constitución democrática no puede ser un documento de izquierda o de derecha, sino que tiene que sentar las bases mínimas que permitan que todas las ideologías convivan y compitan pacíficamente por el poder. Una Constitución ideológica es propia de un Estado totalitario.

El sentido común triunfó en Chile. Ganó la mayoría silenciosa que no se manifiesta violentamente en las calles, pero que aspira a vivir en libertad y no perder la prosperidad alcanzada con enormes esfuerzos y no pocos sufrimientos.

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