Este domingo, el exguerrillero Gustavo Petro se convirtió en el nuevo presidente de Colombia, nación que se une a la lista de las que tienen gobiernos inspirados en el socialismo bolivariano del Foro de Sao Paulo, como Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Argentina, Perú, México o Chile, por no hablar de Cuba.
Como primeras acciones, Petro anunció una reforma fiscal para aumentar impuestos a los sectores productivos, el restablecimiento de relaciones con Venezuela y la cancelación de concesiones de exploración petrolera a los particulares.
La historia nos muestra que estos gobiernos de izquierda populista no han dado resultados. En muchos casos han degenerado hacia regímenes profundamente autoritarios.
En otros más, han destrozado la economía de sus países, ocasionando más pobreza y desigualdad. Muchos de estos gobiernos han mantenido, además, relaciones de complicidad con el crimen organizado.
La pregunta entonces es: ¿por qué en América Latina siguen ganando ese tipo de personajes populistas con proyectos que ya han demostrado su fracaso? La respuesta, desde luego, no es sencilla, pero pueden aventurarse algunas hipótesis.
Por un lado, los partidos de centro-derecha, liberales, conservadores y demócrata cristianos que han gobernado en la región han estado muy lejos de hacer un trabajo óptimo.
En muchos casos impulsaron reformas que liberalizaron la economía, pero esas reformas fueron incompletas o quedaron inconclusas, en buena medida por la obstrucción de la oposición. Los gobiernos de Fox y Calderón en México o el de Macri en Argentina son buenos ejemplos de ello.
En otras ocasiones, estos partidos estuvieron involucrados en severos casos de corrupción. Pasó en Perú (donde casi todos los expresidentes están en la cárcel), en Brasil con Fernando Collor de Mello o en México con Enrique Peña Nieto.
Y otro elemento que debe también considerarse es que estos partidos de centro-derecha sucumbieron ante la narrativa de la izquierda. Nunca generaron un discurso propio para defender sus logros y su visión política y cultural. Quizá el mejor ejemplo de esto sea Chile, un país exitoso como pocos en donde, sin embargo, la izquierda inventó un relato antisistema que se convirtió en hegemónico porque ni el centro ni la derecha quisieron o supieron hacerle frente.
Parece claro, pues, que si se pretende una nueva era de libertades y de prosperidad para América Latina, los partidos que no comparten las ideas del Foro de Sao Paulo deben reinventarse y corregir los errores anteriores, así como abrirse a iniciativas ciudadanas. Sólo así América Latina contará con alternativas frente al populismo y podrá quitarse el estigma de ser una región con inmensas oportunidades que son eternamente desaprovechadas.